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Richard Moss: ciudadano de cuatro naciones

Tiene 95 años de edad, camina lento, a veces debe forzar a su memoria para que llene los vacíos de los recuerdos que le atan a su natal Japón, a su nacional Estados Unidos y a su país adoptivo, Ecuador.
Richard Moss es un empresario para quien las fronteras han sido relativas, que estima en igual grado a Paraguay, cuanto a Ecuador, Estados Unidos y Japón; con estos cuatro países ha tenido una relación intensa y productiva.
No hay como dejar de anotar que esta historia se inicia en 1885, cuando los abuelos maternos de Richard llegaron a Japón, como los delegados principales de una empresa de barcos a vapor, la American President Line.
No olvidar que habían pasado menos de dos décadas desde que se produjo la Restauración Meiji, la que provocó la apertura de las fronteras del país y una estrategia nacional para convertirse en un actor fundamental en el concierto mundial de las naciones. Japón era fundamental para las ambiciones comerciales de Estados Unidos con el Asia, de manera que era natural que una empresa de barcos tuviera una ofician muy importante en Yokohama, puerto que fue el primero en ser abierto para actividades comerciales con América.
Para su abuelo materno procedía de la costa este de EE.UU., de Boston, y su abuela materna era una pintora oriunda de San Francisco, en la costa del Pacífico. La madre de Richard Moss nació ya en Japón.
Su padre, originario del estado de Misuri, llegó a Japón, como su abuelo, para dirigir la representación de otra empresa estadounidense, la Trans Steel Company, en 1910. Robert Faulkner Moss y Sybil Howard se conocieron pronto y se casaron en 1912. En 1922 tuvieron a su hijo Richard.
Durante la infancia y la juventud vivió entre dos aguas: la formación y las enseñanzas de la tradición estadounidense, que les transmitieron en casa, y la japonesa que aprendió de la convivencia y la instrucción.
Sus años de estudiante, los más en la historia de Richard Moss en Japón, los pasó en The American School of Japan, cuyas instalaciones estaban en el barrio de Nakameguro. Fuera de clases deambulaba por su barrio, vivía cerca de donde hoy están el Museo Nezu y el cementerio de Aoyama.
Japón vivía, por entonces, la euforia de la expansión, mientras que en Ecuador y Estados Unidos poco a poco salían de la crisis provocada por la Gran Depresión, de 1930.
Cuando terminó el colegio salió por primera en su vida de Japón: viajó a California, para visitar a unos parientes y se resolvió a seguir los estudios universitarios en el país natal de su padre.
A los 17 años, en esa primera travesía del océano Pacífico, tuvo el primer choque cultural: ante los calores californianos hizo lo que siempre había hecho en los veranos cálidos y húmedos de Tokio, sacó su abanico y se dio aire. Pero esa simple actitud era toda una extrañeza en un país como Estados Unidos, sus amigos no entendía como un hombre podía exponer libremente un uso social reservado a las mujeres.
Debió comprender que se había formado, hasta entonces, en dos culturas que tenían sus diferencias, que se debía morigerar con astucia.
Sucedió luego que el mundo se encendió en fiebres bélicas, Richard Moss se vio enrolado en las fuerzas militares estadounidenses, eran pocos quienes sabían japonés y Richard estaba entre los que mejor sabían, de manera que fue requerido por su país para formar parte de la fuerza naval.
Luego de un entrenamiento de meses se embarcó rumbo a Japón. Pero ahora iba a su país natal como miembro de las fuerzas de ocupación. El viaje fue largo, de hecho, luego de 6 semanas de vivir en un barco acoderaron en Hawai, para esperar las órdenes superiores.
Llegó la orden y Richar Moss se hizo a la mar con sus compañeros de la 5ta. División del cuerpo de marines, con tan poca fortuna que pocos días de llegar frente a las playas de la isla mayor de Japón se enfermó con disentería.
Cuando llegaron y fue desembarcado a un hospital se dio cuenta que, al contrario, había sido una gran suerte, porque se encontró con su hermana, que era una de las enfermeras de las fuerzas de ocupación.
Los días como marine los ocupaba en ser el intérprete durante las sesiones de interrogatorio y de traducir documentos que habían sido interceptados. Nunca estuvo en el frente de batalla.
Estuvo 8 meses como parte de las fuerzas de ocupación y hay dos sucesos que guarda especialmente en su memoria. El primero es haber conocido y acariciado a Hachiko, el perro fiel que durante años esperó que regrese su amo, a pesar de que había muerto (historia que se hizo famosa en el mundo con la película “Siempre a tu lado”, protagonizada por Richard Gere).
El otro recuerdo que tiene es haber andado por Tokio en busca de la casa en la que vivió y haberse encontrado con una ciudad asolada por los bombardeos. No estaba ni la casa ni el colegio, tampoco pudo encontrar a los amigos con los que compartió sus días de clases.
Regresó 25 años después al Japón.
Después de la guerra viajó a Nueva York, donde consiguió empleo en la empresa National Cash Registry Agency (que con el tiempo se convirtió en la corporación NCR), una empresa que fabricaba y vendía máquinas registradoras para el sector comercial y que hacía lo que en ese entonces se conocía como contabilidad mecanizada. En esos momentos extrañaba mucho la comida, por ejemplo sentir el aroma de un buen tazón de arroz o la tersura de la sopa de miso o la energía que trasmite el té verde.
En Nueva York conoció a María Stella Ferreira; años atrás María Stella había conocido al padre de Moss en Tokio cuando acompañó a su padre a la primera misión comercial que Paraguay envió al Japón. Tenían mucho en común y solo se necesitó un poco de tiempo para que se casaran.
Los funcionarios de NCR, quienes tenían una deferencia especial por el talento de Richard Moss, le pidieron que fuera a la oficina de Japón y luego le comisionaron para hacerse cargo de la oficina de NCR en Paraguay, tierra natal de su esposa, país en el que residieron por tres años.
Estaba muy cerca de iniciar una muy larga relación con un país de Sudamérica, que estaba atravesado por la línea ecuatorial y que se convertiría en otra de sus patrias. Esa, esa es otra historia.


 

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