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Jorge Carrera Andrade y el Japón

Por Álvaro Alemán

La relación de Jorge Carrera Andrade (1903-1978) con el Japón presenta dos momentos distintos. El primero se relaciona con su primera vocación poética, entre 1917 y 1922, cuando el poeta quiteño da sus primeros pasos como versificador.
El joven Carrera Andrade hizo su aprendizaje de poesía en el modernismo, una corriente hispanoamericana abierta a la innovación formal y a la extravagancia de motivos.
Esta visión “exotizante” lleva a Carrera Andrade a escribir los poemas “Las barcas” y “Estampas japonesas” en 1918. El primero de estos textos es un ejercicio de versificación. Carrera Andrade decide formarse como poeta escribiendo poemas sobre cuadros u obras plásticas.
Así, el poema “Las barcas” podría aludir a la famosa estampa “La gran ola de Kanagawa”, de Hokusai, en que aparecen en el mar varias barcazas ante una ola agitada y en el fondo se presenta el monte Fuji. Es una de las estampas más renombradas y conocidas en el mundo.
El interés de Carrera Andrade por el Japón y su poesía aparece aquí, seguramente motivado por el llamado “japonismo”. En la ciudad de París, fueron los hermanos Edmond y Jules de Goncourt quienes en el siglo XIX difundieron de forma pionera su admiración por el arte asiático, que ponen de manifiesto en su obra "El arte del siglo XVIII".
Es posible que de ellos proceda la imagen idílica que Van Gogh tuvo de Japón, y a la que hace continua referencia en las cartas que envía a su hermano Théo. Las imágenes de los Goncourt contribuyen a crear las fuentes y los lugares del «japonismo», una visión utópica de Japón que encaja con ese paraíso perdido y buscado por los artistas.
En el Ecuador, María Piedad Castillo, poeta ecuatoriana, publica en la página literaria de El guante (mayo de 1912) un soneto en eneasílabos, titulado “Japonesa”.
Augusto Arias reproduce unos versos en "Poetas parnasianos" y modernistas que permite establecer contacto con el poema en prosa de Carrera Andrade: “Japonesa / Oh mi dulcísima mousmé / de rostro frágil y sutil / y ojos de ensueño que se fue /  cual un recuerdo juvenil”.
La segunda intervención tiene lugar entre 1938, cuando reside en Yokohama como cónsul del Ecuador. Funda una editorial (Ediciones Asia-América), escribe y publica documentos importantes relativos a su estancia japonesa. El primero de ellos consiste en su poemario Microgramas (1940), que incluye poemas originales, influenciados por las formas poéticas breves del Japón, y también 21 traducciones de haiku “clásicos” japoneses. Carrera Andrade con toda seguridad hizo sus traducciones a partir de versiones francesas de esos textos.
Sin duda su acercamiento a la forma no solo sigue el camino francés sino también la ruta hispanoamericana, principalmente a manos del mexicano Juan José Tablada; y, también mediante la predilección orientalista del modernismo rubendariano.
Tablada estudió la cultura oriental y viajó a Japón durante varios meses en 1900, regresó ahí en 1910-1911 y tuvo oportunidad de estudiar el haiku. Como tantos latinoamericanos, viajó a París en 1914 para escribir, recibiendo nuevamente la poderosa influencia de las letras francesas y publicó en 1919 “Un día..: poemas sintéticos”, una colección de treinta y siete haiku.
Este fue el primer libro de haiku en una lengua occidental que salió a la venta. Tres años más tarde, en Nueva York, Tablada publicó “Un jarro de flores”, otra colección de haiku escrita en Colombia, Venezuela y México, entre 1919 y 1920, y otro libro en 1928 también con algunos haiku.
Carrera Andrade sin duda tenía conocimiento de estos asuntos. En octubre de 1922, en la revista Quito, apareció su poema «Canto de la juventud y de la primavera». Pocas páginas antes, hay un texto de Lafcadio Hearn, seguido de una selección del propio Tablada, «Poemas sintéticos», precedidos de una presentación de este autor por César Arroyo, uno de los personajes centrales en la introducción de la vanguardia en el Ecuador.
Cuando Carrera Andrade recibió su traslado de La Haya a Yokohama en 1938, no hay duda de que llevó algunos libros entre su equipaje que le fueron útiles para las traducciones de los clásicos del haiku que presentó en la segunda parte de su poemario Microgramas (1940).
La advertencia preliminar, que aparece como nota del autor, en una parte dice: “Se ha conservado el nombre de haikais por hallarse ya consagrado por el uso en los países de habla castellana; mas el verdadero nombre de estas piezas líricas es haiku”.
Esta observación denota un conocimiento previo sobre la forma poética posiblemente aprendida en los libros de Couchoud, Bonneau, Steinilber-Oberlin/Matsuo y Revon.
No podemos saber a ciencia cierta cuáles fueron las fuentes originales que empleó Carrera Andrade aunque sospechamos, con firmeza, que sus traducciones se realizaron a partir de las versiones de Revon, especialmente de Steinilber-Oberlin/Matsuo y de Bonneau.
Veinte de los veintiún haiku clásicos traducidos por Carrera Andrade provienen de estas obras. Como observa el investigador Charles Trumbull, el haiku hispanoamericano, a diferencia de aquel que proviene de otras tradiciones, consiste de un fenómeno poético de adaptación y creación, no de investigación.
De hecho, salvo el pequeño florilegio de Carrera Andrade (Microgramas), no existe una traducción de haiku clásicos al español sino hasta 1955. De esa manera, el haiku hispanoamericano se convierte en un texto subsumido dentro de la propia tradición de nuestras letras, como lo demuestra el ensayo introductorio de Carrera Andrade.

Elabora una genealogía interesante para los microgramas, marcados desde el inicio como una apropiación del haiku, no como su continuación. Lo que toma el ecuatoriano es la brevedad de la forma, su condición concreta, su síntesis descriptiva, sus imágenes; y lo que queda a un lado, en buena parte, es la estética nipona, la idea del momento en el haiku, las estaciones y la comparación interna.Lo que el haiku hispanoamericano, y Carrera Andrade, añaden al modelo clásico es una poética occidental, una estética: metáfora, personificación y hasta rima, y una buena porción de imaginación y subjetividad.Estos elementos, plenamente presentes en cada uno de los microgramas, aparecen también en traducciones que, literalmente, convierten a los documentos nipones, vía su periplo francés, en documentos hispano-americanos.Por último, Carrera Andrade escribió y publicó una serie de crónicas animadas sobre su estancia en el Japón, estas aparecieron en "Viajes por países y libros", o, paseos literarios en distintas ediciones, en los años 50 y 60. El poeta quiteño también dedica un capítulo entero de su autobiografía "El volcán y el colibrí" (1972) a su periplo, a los albores de la segunda guerra mundial, en el país del sol naciente

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