Enganche
Un recuerdo de Ecuador en Tokio fue el detonante que desencadenó mi apasionante experiencia de vivir en Japón
Por: Napoleón Ramos,
Moviemaker
Dublín, Irlanda
¡Increíble! el edificio de al frente seguía tambaleándose, así que me puse de pie, pero enseguida perdí el equilibrio porque el inmueble donde estaba, que era donde vivía, se mecía como un péndulo. Ya que el temblor no paraba, salí al pasillo donde me encontré a Denis, mi vecino francés que llevaba años viviendo en Japón. El sugirió que abandonáramos el edificio.
Entonces tuvimos que enfrentarnos a las escaleras que se bamboleaban como si fueran de papel, y en eso, un zumbido agudo empezó a propagarse a través de los muros, pero me dejé contagiar de la tranquilidad de Denis, así que llegamos a salvo a la puerta de emergencias que daba a la calle, aunque al abrirla, el pánico volvió. El suelo parecía roto, unos cubos de concreto surgían de él, rotando como si flotaran, subían y bajaban, alternándose entre sí, en sincronía, con el violento vaivén que sacudía la tierra. El zumbido aumentó y de repente, algo allí afuera, estalló por los aires.
Fue así como me sorprendió el terremoto de 9 grados en la escala de Richter (7 grados en Tokio) que duró 6 minutos, hasta reventar la estación nuclear de Fukushima, el 11 de marzo de 2011 y que cambió la historia de Japón, a solo 8 meses de haberme mudado a vivir en Tokio, tiempo que había sido suficiente, sin embargo, para tirar la toalla con el japonés… pero no con el país, porque estaba encantado, encontraba la ciudad alucinante, la gente llena de misterio, que transmitía un cariño, a veces incomprensible para mi, pero que era igual conmovedor, además su cultura, era deslumbrante.

A diario descubría lugares recónditos de la ciudad, donde los días, noches y amaneceres, se convertían en aventuras fascinantes. El terremoto, lejos de apartarme, me acercó más a Japón y aunque no era la primera vez que me enganchaba a un destino nuevo, en un momento dado quise saber ¿en qué preciso instante se disparó el flechazo que me incrustó a Tokio?
Creo que ocurrió el día que llegué a Japón, en el trayecto a la casa donde viviría, desde Narita, uno de los aeropuertos de la capital. El colega que fue a recogerme me pidió que me sentara en el asiento del conductor, que en Japón era el sitio del pasajero, ese al revés dejó claro el curso que tomarían las cosas para mí, a partir de ese momento, lo que me pareció emocionante.
Tan pronto como vi la ciudad a la distancia, tuve una corazonada que me hizo pedir a mi colega que se estacionara. Cogí mi cámara de fotos y me bajé del carro, que llevaba el aire acondicionado a tope; una ola sofocante de calor húmedo me invadió en el acto y de repente, el recuerdo de cuando solía bajar a la calurosa costa ecuatoriana desde Quito en autobús, estalló en mi mente.
Sin más, tras décadas, en pleno Tokio, volví a revivir aquel brusco cambio de temperatura, que en aquel entonces, me obligaba a despojarme de toda prenda abrigada, para quedar libre al fin, del eterno frío quiteño. De pie sobre el pavimento de Tokio, contemplé con avidez lo que me pareció un desorden minuciosamente planificado. Fue cuando supe que había llegado al lugar, que rompería mis esquemas.
Hecha la foto me volví al carro. ¿Qué viste? me preguntó mi colega “No lo sé exactamente” le respondí “Pero a partir de hoy sí sé, que está ciudad es mi talla”. Nos reímos, tan fuerte, que tuve la sensación de que los cristales del vehículo vibraron como para predecir que los años que seguirían a las carcajadas de aquella tarde, comprobarían que la corazonada que tuve en mi primer día en Tokio, había sido, un regalo del destino.