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Cuando Japón fue el siguiente paso

Por Paulina Jiménez

Había yo estado evaluando mis primeros cinco años de carrera profesional en el sector público ecuatoriano. Intensos años de aprendizaje en negociaciones internacionales, sector productivo y burocracia nacional e internacional. Y bueno, el resultado de la evaluación era clara: tenía que dejar de hacer lo que había hecho hasta ese momento, algo más tenía que haber.
Y quién sabe por qué otras manos había pasado esa invitación a ser postulante a unos meses de experiencia en Japón, hecha por la Fundación Japón (The Japan Foundation), para cuando yo la leí con cuidado, estaba al límite de los plazos.
Pero no había duda de que ese era el siguiente paso.
Esta invitación estaba hecha a funcionarios del servicio exterior y funcionarios públicos, con poco o mínimo conocimiento de lengua japonesa, para estudiar la lengua por 9 meses en el mismo Japón, pero además para sumergirnos en su cultura, para entender ese país y convertirnos en vínculos que comprendan desde dentro lo que significa e implica el reto de acercar, en mi caso, dos países separados, y al mismo tiempo unidos, por un océano. Entonces lo crucé.
La Fundación Japón aceptó mi candidatura, y la de otra paisana mía, y nos recibió en Osaka, a inicios de otoño de 2006, y hasta inicios del verano de 2007 me sumergió en el Japón, en un único chance de verlo además como parte de un grupo de treinta otros novatos de ese país, de igual número de orígenes.
Sabía contar en japonés, decirlo por lo menos, porque los últimos doce meses antes de llegar a Japón había comenzado a acercarme a su cultura a través de las artes marciales.
Sin embargo, desde cruzar el primer puente del aeropuerto a la gran isla fue suficiente para reconocer que la oportunidad que se me había dado era igualmente única y demandante.
Empezaban 9 meses de una inmersión en una sociedad milenaria. Y para eso debíamos empezar con lo más básico del idioma, supongo de forma distinta a como aprende naturalmente un japonés su propia lengua, pero como si fuera un niño que debe organizar racionalmente todo este nuevo lenguaje.
Tenía así una rutina especialmente organizada para seguir un riguroso horario de clases formales de idioma: hiragana, katakana, kanji, gramática, lectura, conversación, pronunciación y todo lo necesario para ir dando forma al idioma que se hablaba a nuestro alrededor. 
Ahí la otra parte importante de la experiencia: intentar ser un ciudadano de la segunda ciudad en importancia de Japón, aunque fuera por un tiempo limitado. Y, a pesar de la organización del tiempo entre clases y tareas, había  tiempo disponible para mezclarse e intentar hacerlo en el mismo idioma. 
Eran tardes y fines de semana que podía explorar, caminar el barrio que rodea al Instituto, más bien alejado de la zona central de Osaka: casas y edificios familiares, tiendas pequeñas mezcladas con centros comerciales, templos y muchas muchas calles para caminar e interactuar con los locales y entender su forma de pensar, que tiene mucho que ver con la estructura de su idioma. 
Con la confianza que se ganaba cada día de adquirir de a poco pequeñas y grandes destrezas en el idioma, Osaka y el Japón que lentamente se nos iba mostrando dejaron de ser un lugar de expectativas para transformarse en certezas. 
Así, conocí el Japón organizado, amable, seguro y también sus diferencias al recorrer sus regiones –logré llegar en esos meses desde el centro hasta Hokkaido al norte y Nagasaki al sur y no menos de 20 ciudades de todos los tamaños en los recorridos- su cultura a través de su gente, su comida a través de su gente, su sociedad a través de su gente, su curiosidad por el resto del mundo a través de su gente. 
Y como si hubiera sido más tiempo, me encontré con el día de la graduación, el plazo final que se cumplía, y era el tiempo de regresar, cada uno de los que formamos parte del grupo de DLGL06 a nuestros países de origen, con una experiencia que en verdad cambió mi perspectiva del Japón y del mundo. 
Un lapso que marcó mi vida en varios y profundos aspectos, tanto que desde entonces he querido siempre volver, he podido volver y por el que siempre querré volver a Japón.

De tiempo en tiempo, Japón me regalaba estos diamantes. Esta foto la tomé desde mi habitación en el centro donde estudié.

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