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Los “wuawuas” y el camino del corazón

Por Diana G.H. Jervis

En mi ciudad natal, Quito, y en general en la Sierra ecuatoriana, usamos  una palabra quichua (lengua andina indígena) para referirnos a los niños. Les  decimos “wuawuas”, que significa literalmente: niño o niña.
Para nuestros "wuawuas", e incluso para los adultos, mirar y, no se diga, participar en un entrenamiento de kendo será sin duda una experiencia que, en la mayoría de los casos, vivirán por primera vez.
La verdad es que en mi país el kendo cada vez está ganando más adeptos, es un arte poco conocido y no tan popular como en Japón o en nuestro vecino Brasil.
Comúnmente la gente tiene una vaga y mítica idea sobre los samuráis, la cual está limitada a lo que nos muestran el cine o los anime. Pero el kendo como tal es apenas conocido.
Cuando las personas miran una exhibición o práctica de kendo causan gran impacto la armadura, las espadas, el atuendo, los gritos… Luego, al asistir a su primera clase ingenuamente los niños y los adultos creen que de inmediato estarán usando todo el equipo y blandiendo espadas como guerreros medievales.
Desde el principio debo advertirles:  “En kendo, como en la vida, las cosas deben ganarse, con paciencia y trabajo duro”.
Los pequeños y pequeñas se sienten un poco decepcionados cuando se dan cuenta que antes de usar un men (casco) o incluso el shinai (espada de entrenamiento), hay un par de cosas que deben aprender. Poco a poco van comprendiendo esta regla básica, que se aplica tanto dentro como fuera del dojo: “Trabaja duro y enfócate, si quieres obtener lo que anhelas”.
Así, cuando se ganan el derecho de usar su primer shinai y cada elemento posterior, una enorme sonrisa se dibuja en sus rostros y sus ojos brillan llenos de alegría; es entonces cuando experimentan uno de los mayores beneficios del kendo: autoestima, fruto de la sensación maravillosa de haber ganado algo por lo que se  esforzaron. Con el kendo los “wuawuas” van interiorizando que son capaces de hacer o ser lo que ellos quieran si son persistentes, ponen atención y tienen paciencia.

Al principio todos comienzan con una espada de papel hecha a mano por ellos mismos. Luego de unas pocas clases pasarán a usar una de cartón; luego, una pequeña varita de bambú y finalmente, después de un par de semanas, pueden usar un shinai. Pero para llegar a ese punto debo observar cuidadosamente a cada "wuawua" ya que sus personalidades y habilidades son tan distintas que deberé encontrar las maneras de llegar y motivarles.

Un par de cosas a tomar en cuenta

Cada clase está diseñada para el grupo pero, además, debo pensar en el acercamiento individual adecuado para cada estudiante, lo cual no es posible si el grupo es demasiado grande. Diez o menos es un buen grupo cuando trabajamos con edades entre cuatro y siete años.
De esa manera puedo evaluar mejor los esfuerzos individuales y así ponerles desafíos alcanzables, tomando en cuenta que si los presiono demasiado podría desmotivarlos y si no lo hago, podría aburrirlos y no querrán seguir practicando.
Es un gran reto encontrar las mejores vías para facilitar acercamientos interesantes de los "wuawuas" al kendo y permitir que lo disfruten y no dejen de entrenar. Esperamos también que sus padres les apoyen, es uno de los mayores problemas que  enfrento: es muy raro que un niño quiera dejar de entrenar, son los padres los que dificultan el proceso por situaciones personales que no siempre son, en realidad, un inconveniente.
Para los niños lo más importante es divertirse. Ellos seguirán pidiendo a sus padres que los lleven a entrenar si disfrutan la práctica, se sienten seguros, tienen retos que alcanzar y se sienten queridos.
Para mí, como maestra,  madre y “kendoca”, el kendo es una experiencia integral para los “wuawuas”, que no solo refuerza y desarrolla las habilidades motoras, coordinación, velocidad de reacciones y el trabajo en equipo, sino que además ahonda en el sentido de gratitud, buenas maneras y el respeto a sí mismos y sus compañeros.
Para los padres, quienes buscan desesperadamente actividades que permitan que sus hijos canalicen y gasten toda esa enorme cantidad de energía que tienen los “wuawuas”, el kendo parece ser la opción perfecta porque, además de todo lo anterior, ayuda considerablemente en la concentración, disciplina y autoestima, herramientas útiles para combatir malos hábitos como el bulling (hacer o dejarse hacer), la pereza, etc.
Constantemente, en mi labor de acompañar a los “wuawuas” en  su camino del kendo, me cuestiono a mí misma cómo puedo combinar el aprendizaje de las técnicas básicas y traducirlas en una clase que sea divertida, llena de desafíos alcanzables, en un ambiente que promueva el respeto y que además sea interesante para los “wuawuas”, los padres y madres, y para mí también..

Debo considerar además que mis estudiantes tienen edades distintas. Entre tres y 11 años , así que debo mantener el interés para los requerimientos específicos de cada edad.

Clases útiles y divertidas

Es un reto constante, pero aquí van algunos tips que me han resultado muy útiles.
Físicamente hablando, uso diferentes elementos para crear en el dojo una especie de circuito, con obstáculos que invitan a que los niños en primer lugar se mantengan concentrados, luego que desarrollen su balance, equilibrio y coordinación, respetando reglas y turnos.
Diferentes ejercicios con sogas y escaleras en el piso facilitan el trabajo de pies y piernas, y esto da como resultado un refuerzo de la motricidad gruesa, lateralidad y concentración, elementos indispensables para los jóvenes de hoy que pasan más tiempo ejercitando sus pulgares con los juguetes electrónicos que al aire libre usando su cuerpo.
De hecho llama la atención lo difícil que les resulta ejercicios básicos como saltar con pies juntos o en un solo pie; al parecer, ¡ya nadie juega a la rayuela!
Es importante combinar esta clase de juegos en diferentes situaciones. Permitir que lo hagan solos, en pareja y en grupos. De esa manera desarrollaran el sentimiento de trabajar junto a otros para alcanzar metas en común, lo cual es esencial en las primeras etapas de desarrollo infantil.
En mi experiencia como maestra de arte puedo dar fe de lo importante que es combinar un poco de arte en clase: música, pintura, globos, lana, crayones, marcadores y toda idea que les dé oportunidad de practicar sus movimientos, reacciones y nociones con elementos de expresión variados.
Por ejemplo, para practicar la técnica de fumikomi a veces pego cartulinas en el suelo con caras de ogros enojados, a los que ellos deben dar un pisotón a la vez que se combina con un aplauso hacia el frente, estirando los brazos y gritando "¡men!", todo al mismo tiempo.
Además, algo verdaderamente útil es dibujarle un puntito en el pie derecho, generalmente son tan pequeñitos que aún no distinguen entre derecha o izquierda, así que les digo “¿Cuál es el pie del puntito?” Luego de un par de clases, usan el pie correcto y ya no necesitan el punto.
En el aspecto pedagógico, es muy importante evitar usar palabras de connotación negativa como, “estás haciendo mal”, “no hagas así”, etc… En vez, necesito usar refuerzos positivos para comunicarme con ellos con mensajes claros y motivantes, tales como: “Esta no es carrera. Háganlo despacio hasta que salga bien”, “buen trabajo, ahora intentémoslo más grande”, “¡vamos de nuevo, tú puedes!”, “esto es difícil, pero sigamos intentando, lo vamos a lograr!”, “¡puedes hacerlo, vamos, aquí estoy si necesitas de mi ayuda!”, “muy bien, ahora intentémoslo juntos”, etc.
Es muy importante recordarles, además, que sientan sus cuerpos, que estén conscientes de cada parte y que se observen (muy recomendable tener un gran espejo en el dojo), que se conecten con su energía interna. Es realmente importante que los “wuawuas” se vean a sí mismos como un ser integral, con cuerpo, mente y alma, y que pongan atención a todas esas partes.
Para desarrollar ese sentimiento el kendo es perfecto. Cuando practicamos la técnica del suburi, por ejemplo, cada cierto tiempo les digo “¡Congelados!, obsérvense, ¿como están sus pies, como están sus manos, dónde está el pie del puntito?”
A veces, con mucha delicadeza y pidiendo su permiso, les toco con la punta de los dedos sobre el pecho y les digo “Aquí dentro está tu corazón”; así, cuando estamos sentados en posición seiza y colocan la espada al lado opuesto, les recuerdo que su espada va junto a su corazón. Las reacciones son hermosas.
Dicho sea de paso, uno de los momentos más complejos para los niños al principios es la posición de seiza, debido a la quietud y silencio que requiere, a los que no están acostumbrados.
Generalmente comienzo con unos cinco segundos de meditación (mocuzo), dependiendo de la edad, y eventualmente voy aumentando el tiempo hasta llegar a todo un minuto o más. ¡Los padres no salen de su asombro al ver que sus hijos e hijas sean capaces de estar quietos y en silencio tanto tiempo! Mientras meditamos les digo: “Ahora vamos a escuchar nuestro corazón”, frase que casi nunca escuchan de sus mayores, y por tal, la considero esencial.
Finalmente, considero vital, crear un ambiente familiar con buenas vibras en la clase, siempre les repito “¡Cuidemos a los amigos, somos un equipo, cuidémonos!”, así tendrán plena conciencia de que sus movimientos deben ser controlados para no lastimar a los demás ni a ellos mismos.
Ser conscientes de los demás y no solo de mí mismo es una de las claves de la enseñanza de kendo. Como nuestro amado Kudo sensei, uno de los fundadores del kendo en Ecuador, dice siempre: “Kendo es el camino del corazón”.
Por eso siempre terminamos la clase con un abrazo o un choque de cinco dedos, hasta que estén listos para abrazar. Mi corazón se siente inmensamente feliz cuando cada uno de ellos termina con una sonrisa al finalizar la práctica.
Sigo aprendiendo de ellos y buscando nuevas maneras para acompañarles y guiarles en este bello camino. Kendo es, sin duda, el camino del corazón.

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